Las sillas vacías y el ruido de fondo


Hay silencios que no son casuales. Y hay actos públicos que, aunque se sostengan en el protocolo, revelan sin querer lo que no se quiere decir.

Este 9 de julio hubo bandera, hubo fecha, hubo escenario. Lo que no hubo fue cuerpo presente. No por falta de gente, sino por falta de algo más profundo: conexión.

En un país donde cada acto patrio debería ser un punto de encuentro, nos encontramos cada vez más con gestos ensayados para públicos ausentes. Y no solo hablamos de gobernadores o funcionarios. Hablamos también de la gente común, esa que ya ni espera nada del acto, ni de sus protagonistas.

En la última elección nacional, casi la mitad del padrón no se presentó. Fue, en los papeles, un día de decisión colectiva. Pero el 48% decidió no estar. No como forma de protesta clara, ni como estrategia. Simplemente se borró. Porque algo de lo que se juega ahí arriba, dejó de tener sentido acá abajo.

En los barrios, en las plazas, en las mesas familiares, la política suena como una lengua extranjera. No porque sea difícil, sino porque no parece referirse a nada que uno viva. Hablan de pactos, de facultades, de movimientos estratégicos. Mientras tanto, un padre no puede pagar el alquiler, una jubilada no sabe si le alcanza para el remedio, una docente se pregunta si este año tendrá aumento o no.

Y no es cinismo. Es agotamiento. No es desinterés: es desafección. La democracia sigue siendo un valor fuerte, pero su expresión diaria se volvió un eco de papeles. Una escena donde todos actúan, pero nadie parece mirar al público.

Quizás por eso, lo más honesto de estos tiempos sea justamente lo que no se hace. El que no va, el que no habla, el que no aparece. Porque incluso desde esa ausencia, algo se dice. Aunque no sea lo que uno espera escuchar.

Tal vez el problema no es que falten líderes. Es que sobran parlantes que no escuchan. Y cada vez más ciudadanos que ya no se sienten representados por lo que se dice desde arriba. Porque el arriba, para muchos, dejó de existir como un lugar real. Es otra capa del país. Una superestructura flotante. Con otros tiempos, otros temas y otros lenguajes.

Pero abajo, como siempre, está la vida. Ahí no hay niebla. Solo necesidad, deseo y cansancio. Tal vez, el verdadero acto de independencia sea volver a encontrarse. No en la épica, sino en lo simple: alguien que habla, alguien que escucha, y que lo que se dice tenga que ver con lo que pasa.


Volver arriba