José Mujica: una vida entre la utopía, la prisión y el poder
El 13 de mayo de 2025, a días de cumplir 90 años, falleció José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay, agricultor de oficio, guerrillero de vocación y figura emblemática de una forma de hacer política que se volvió leyenda. Su vida no solo abarcó casi un siglo de historia latinoamericana, sino que lo hizo desde todos los frentes: la lucha armada, la cárcel, el parlamento, el gobierno y la siembra.
Conocido mundialmente como «el presidente más humilde del mundo», Mujica fue mucho más que eso. Fue un símbolo de coherencia ética en tiempos donde la política suele devorar sus propios valores. Donaba el 90 % de su salario, vivía en una chacra con su compañera Lucía Topolansky, se movía en un viejo Fusca celeste y se enfrentó al poder con la misma naturalidad con la que enfrentó a la muerte: sin miedo y sin adornos.
De la bicicleta al fusil: el joven que eligió luchar
Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Mujica creció en una familia de raíces vascas e italianas, con un padre arruinado económicamente y una madre profundamente política. Desde joven se involucró en el nacionalismo herrerista, y militó en el Partido Nacional. Pero sería su giro hacia la izquierda revolucionaria lo que marcaría su destino: en los años sesenta se sumó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
La guerrilla urbana, que surgía en respuesta a las desigualdades y al autoritarismo, encontró en Mujica a uno de sus líderes más comprometidos. Fue herido de bala en enfrentamientos armados, se fugó dos veces de la cárcel y pasó en total 14 años preso, 11 de ellos en condiciones extremas como rehén de la dictadura cívico-militar uruguaya.
De guerrillero a presidente: una transición improbable
Con el regreso de la democracia en 1985, Mujica fue liberado. En lugar de retirarse, se convirtió en constructor de una nueva izquierda desde dentro del sistema. Fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP) dentro del Frente Amplio y fue elegido diputado en 1994 y senador en 1999.
En 2005, asumió como ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca bajo la presidencia de Tabaré Vázquez, y en 2010 se convirtió en presidente de la República Oriental del Uruguay. Durante su mandato, que duró hasta 2015, promovió políticas de inclusión, reguló el mercado del cannabis, legalizó el matrimonio igualitario y consolidó su estilo: hablar con el pueblo sin intermediarios, decir verdades sin maquillaje y asumir errores sin excusas.
El presidente filósofo: una ética vivida
“Pobres no son los que tienen poco, sino los que quieren infinitamente más”, dijo Mujica en un recordado discurso en la ONU. Esa frase condensa su visión del mundo. Su crítica al capitalismo desbocado, a la sociedad de consumo y al vaciamiento de sentido de la política resonó en todo el planeta. El Times Higher Education lo llamó “el presidente filósofo”, en alusión al concepto platónico del “rey sabio”.
Pepe Mujica encarnó una rareza: alguien que no necesitó marketing para construir carisma. Su coherencia personal —la misma en campaña que en su chacra— se volvió su mayor capital político.
La despedida de un referente global
En abril de 2024, Mujica anunció que padecía un tumor en el esófago. En enero de 2025 comunicó públicamente que el cáncer se había diseminado por todo su cuerpo y que no se sometería a más tratamientos. Murió cuatro meses después. Se fue en silencio, como vivió. Sin aspavientos ni honores exagerados, pero con el respeto de millones.
Legado y memoria
Pepe Mujica no dejó una fortuna, ni una dinastía política. Dejó una forma de hacer política basada en la humildad, la escucha y el ejemplo. Su figura desafía las categorías habituales: fue guerrillero y presidente, filósofo y campesino, ícono global y vecino de a pie. En tiempos de polarización y espectáculo, su figura se vuelve cada día más necesaria para repensar qué significa servir al pueblo.
Su legado no está en los libros de historia, sino en los corazones de quienes creen que la política aún puede ser un acto de amor.
El 13 de mayo de 2025 marcó un punto de inflexión en la historia reciente de América Latina: falleció José «Pepe» Mujica, un hombre que redefinió los conceptos de liderazgo político, humildad y coherencia. El exguerrillero, agricultor y presidente de Uruguay dejó un legado que trasciende las fronteras de su país y se convierte en patrimonio ético de la humanidad.
Una vida marcada por la lucha
Nacido en Montevideo el 20 de mayo de 1935, Mujica creció en una familia de origen vasco e italiano. Su infancia estuvo atravesada por la pérdida temprana de su padre y una adolescencia marcada por el trabajo, el ciclismo amateur y los estudios interrumpidos por la necesidad económica. Su vocación política se despertó tempranamente en el seno del nacionalismo uruguayo, pero su radicalización lo llevó, en los años 60, a integrar el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
Tupamaro, prisionero y rehén de la dictadura
Como miembro activo de la lucha armada, Mujica participó de múltiples operativos y fue herido en enfrentamientos. Fue arrestado en cuatro ocasiones y se fugó dos veces, hasta ser recapturado y mantenido como rehén político por la dictadura uruguaya entre 1972 y 1985. Pasó 13 años en prisión, 11 de ellos en aislamiento casi total. Su resistencia física y emocional en esas condiciones lo convirtieron en una figura icónica de la resiliencia política.
De la clandestinidad al parlamento
Con el retorno de la democracia, Mujica salió en libertad y, junto a otros exmilitantes, fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), dentro del Frente Amplio. Fue electo diputado en 1994 y senador en 1999, acumulando poder político a la par de una creciente popularidad. Su discurso, sencillo pero profundo, interpeló a una ciudadanía harta de tecnócratas sin calle ni alma.
Ministro y constructor de poder
Designado como ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca por Tabaré Vázquez en 2005, Mujica ocupó un lugar clave en el gabinete del primer gobierno frenteamplista. Su estilo directo, sus frases punzantes y su carisma rompieron los moldes de la política tradicional. Lejos de los protocolos, Mujica hablaba con el pueblo y desde el pueblo.
Presidente austero, presidente diferente
En 2010 asumió la presidencia de Uruguay. Durante su mandato, el país avanzó en derechos civiles (como la legalización del matrimonio igualitario y la regulación del cannabis), crecimiento económico y políticas de inclusión social. Pero fue su estilo personal el que capturó la atención internacional: vivía en su chacra, manejaba un Volkswagen Escarabajo, vestía sin ostentación y donaba el 90% de su salario presidencial. La prensa mundial lo bautizó como «el presidente más humilde del mundo».
Su visión crítica del consumismo y su defensa de la felicidad como eje político lo catapultaron a escenarios como la ONU, donde dio discursos memorables. Fue llamado «el presidente filósofo», un título que él rehuía, pero que resume su propuesta: una política con sentido humano.
Un amor político y militante
Desde 1972 compartió su vida con Lucía Topolansky, también guerrillera tupamara, senadora y vicepresidenta de Uruguay. Juntos construyeron un proyecto de vida basado en la coherencia, el trabajo en la tierra y la política como forma de servicio. Su historia de amor es también un símbolo de compromiso mutuo y militante.
El final de una vida lúcida
En abril de 2024, Mujica anunció que padecía un tumor en el esófago. En enero de 2025 comunicó que el cáncer se había extendido y que no se sometería a más tratamientos. Fiel a su estilo, afrontó la muerte con serenidad. Falleció el 13 de mayo de 2025, a una semana de cumplir 90 años.
Legado vivo
Más allá de las coyunturas políticas, Pepe Mujica deja un legado humanista, ético y profundamente inspirador. Su vida fue una prueba de que es posible ejercer el poder sin corromperse, vivir con poco sin resignar ideales, y hacer política sin perder la ternura. Su figura seguirá viva en los discursos de quienes creen en un mundo más justo, y en los silencios de quienes, al recordarlo, se animan a soñar con una política con alma.
José Mujica no fue un mártir ni un santo. Fue un hombre. Pero, como pocos, supo serlo hasta las últimas consecuencias.